lunes, 14 de noviembre de 2011

28 de mayo

28 de mayo



Resaca. Física, espiritual, emocional.



Primera asamblea de barrio. Manuel y yo bajamos por el Paseo de Extremadura temiendo que seamos cuatro. Tengo que reconocer que voy nerviosa, excitada, muerta de miedo. Pero somos más de trescientas personas mirándose incrédulas. El lugar elegido -a la salida del metro de Puerta del Ángel- se ha quedado pequeño. Hay gente de todas las edades. Gente con la que llevo conviviendo en este barrio casi dos años y a la que no había visto en mi vida. Estamos un poco perdidos en cuanto a la organización; la voz cantante la llevan, cómo no, unos cuantos chavales con pinta de haber aprendido en Sol. Les miro intentando sacar aquello adelante, entre aliviada y agradecida por su paciencia. Asisto por primera vez a los prolegómenos de una asamblea: quién va a moderar, quiénes apuntan el turno de palabra, quién toma acta... Siempre que he asistido a una estaba ya empezada. Alguien ha traído un equipo de sonido, con altavoces y micrófono. Llega un chico con una nevera portátil llena de botellas de agua. Todo el tiempo se insiste en que dejemos un pasillo para la gente que sale del metro; ese es el único problema que podría surgir frente a la policía. Cada vez que tomo parte en algo relacionado con el 15M no dejo de sorprenderme: siempre hay alguien que parece haber previsto todos los problemas que podrían presentarse.

A mitad de la asamblea se acerca una vecina que acaba de salir de uno de los portales de la plaza. “Los de las manitas -dice, haciendo alusión al signo de aplaudir en silencio- que sepáis que estáis arruinando España”. Manuel y yo nos calentamos. A España ya la han arruinado otros, señora, le gritamos. Pero alguien a nuestro lado demuestra más sabiduría. Le dice a la mujer que hay un turno de palabra y que estaremos encantados de escuchar lo que tiene que decir. Ella se acerca y pide el micrófono. Le contestan que hay gente apuntada para hablar por delante de ella, que espere su turno y podrá decir lo que quiera. Pero ella no está dispuesta a esperar, se da media vuelta y sigue con su retahíla. Qué gran retrato, pienso. No va a esperar a hablar porque sabe que tendrá que oír cosas que no le gustan. Sin necesidad de aspavientos por nuestra parte, acaba de retratarse. No voy a dejar de aprender nunca.

La asamblea se pierde en disquisiciones sobre dónde es mejor reunirse y a qué hora, y si vamos a permitir que se graben o no -se habla de los derechos de los menores, y también de que hay personas que no quieren ser identificadas. Me sorprende. Hablo al comienzo y pido una condena expresa de nuestra asamblea al consejero de interior que mandó apalear a los acampados de Barcelona. Consenso. Se habla durante bastante tiempo si es necesario o no desmantelar Sol. Este debate me indigna especialmente. Pido turno de palabra: sí, todos somos Sol, como no paro de escuchar. Pero... tengo trabajo, una hija, horarios, insomnio, ciática... yo no estoy durmiendo en Sol y paso por allí a ratos sueltos, cuando puedo y quiero. Yo no me siento con autoridad moral ni de ningún tipo para exigirle a alguien que se quede, a pesar de su agotamiento, o que se vaya, si va a sentir que irse ahora es una rendición. Estoy agradecida a Sol, y apoyo la decisión que tome la gente que está en Sol. Lo que hay que hacer ya se está haciendo, creo. Que el espíritu y la energía de Sol, su ideario y su organización, su entusiasmo y sus enseñanzas, se irradien fuera, y que si la acampada se desmantela, ya sea a la fuerza o voluntariamente, no nos pille desorganizados.

Todo me parece particularmente lento; no creo que se trate solamente de mi habitual impaciencia, sino que además a todo el mundo parece hacerle ilusión hablar para sus vecinos y los temas y las opiniones se repiten una y otra vez, se marcha hacia adelante para luego volver hacia atrás. Tengo que repetirme una y otra vez que a) todos estamos aprendiendo y b) la gente está tan poco acostumbrada a expresarse, a que la escuchen, a que su opinión cuente tanto como la de los demás, que es más que comprensible que quieran hacerlo, aunque repitan opiniones ya expresadas o añadan poco al tema que se esté tratando. Una vez más, veo que todo lo que está pasando tiene una lectura común, para todos, y otra lectura que cada persona debe aplicarse a sí misma: en mi caso, yo tengo que aprender paciencia.

Manuel y yo nos vamos antes de que la asamblea termine. El calor es casi insoportable y hemos quedado con mi hija y una amiga para llevarlas a comer por ahí. Como siempre que tengo que marcharme antes de que las cosas terminen, me voy con cierta desazón, como si todo lo importante estuviera por suceder. En este caso esperaba que la asamblea fuera más efectiva y rápida, que antes de la próxima se hubieran organizado ya las comisiones- tal y como se funciona en Sol; me voy repitiéndome que suceda lo que suceda reunir a casi 400 vecinos que son capaces de hablar y escucharse y verse las caras es un éxito.



Hablo mucho con mi sobrino L. Trabaja para una empresa muy grande y sólida, de las de grandes beneficios, y ha estado en Sol desde el primer día. Sale de trabajar, coge su moto y se va para Sol. Me sorprende; nunca hemos hablado mucho de política, y aunque sé que es una persona inquieta y concienciada no me lo imaginaba también actuando con tanta entrega. Me dice que no se pueden perder de vista los objetivos principales, que la parte central del movimiento tiene que estar enfocada hacia la economía. Él trabaja de informático pero habla de economía y de fiscalidad como un experto. No ha dejado de llevar documentación -artículos, documentales- a la comisión correspondiente de Sol. Al parecer, sonríen cuando le ven acercarse con sus fajos de papeles para repartir. Él comienza a desesperarse. No entiende lo que llama la burocratización del movimiento, tanto comité y grupo de trabajo; y sobre todo, le cabrean las comisiones que él ve innecesarias, amor y espiritualidad, por ejemplo, se pone enfermo cuando pasa junto a la carpa con el cartel donde dice Reiki. Dice que el otro día asistió a una ceremonia de servir el té, y no sé si habla en serio o en broma. Veo en él la misma impaciencia familiar, y dudo de si sus objeciones son más ideológicas o de carácter. Le digo -y me digo a mí misma- que no sea tan exigente; que si en el movimiento sigue habiendo propuestas legítimas y justas, que ponga su atención y su interés en ellas, y que deje a los demás. Siempre habrá a quien le parezca más importante prohibir los toros que parar los desahucios, y está bien que los frentes se amplíen y las causas justas se multipliquen. Cada uno se encuentra especialmente sensibilizado hacia una causa, por motivos ideológicos y por motivos particulares, a veces inconscientes, que también hay que respetar. Que él se enfoque en lo que le interesa. Por un lado creo en lo que le digo; por otro, sencillamente, me resisto a criticar lo que pase en Sol. Quiero decir que estoy tan agradecida, tan gratamente sorprendida, que no voy a juzgar a los que piensan que el amor y la espiritualidad y el reiki también son necesarios. Yo creo que la poesía es necesaria, y probablemente a muchos les parecerá una gilipollez, una causa menor. Pues claro. En el momento en que apalean a alguien, la poesía no sirve de mucho. Pero quizás después... Mi sobrino piensa que esto es lo que le ha pasado siempre a la izquierda, que se desvirtúa y se deriva y se difuminan sus objetivos, y que tiene miedo de que se pierda la fuerza que ahora se ha conseguido. Comparto su miedo. Yo también me abrumo con tanta comisión y subcomisión y grupo de trabajo, con tanta acta, tanta información que no da tiempo material a abarcar. Pero también pienso si él, o yo, con la exigencia, la impaciencia, la pureza, las ganas de controlarlo todo, no seremos también herederos de los errores de otros. Quizá hay que aprender a pensar de otra manera, a ser más abiertos, menos intransigentes, más respetuosos con los ritmos e intereses ajenos. Sé que no le convenzo; quizá sea por la edad. Pero yo no soy mucho mayor que él; y con quienes está enfadado es con esos jóvenes que parecen querer hacer las cosas de una manera nueva, diferente.



Aún me quedan fuerzas para tener fe en lo que hacen otros. Es una novedad en mí: relajarme en la confianza.

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