martes, 25 de octubre de 2011

24 de mayo

24 de mayo



Después del malestar de los días anteriores, un golpe sobre la mesa: escribo mi primer poema de estos días. No me he salido del tema, claro.



Que no que no y que no
que no me quedo fuera
que demasiado tiempo
que demasiadas sombras
y todos los relojes
sonando a guillotinas

que no que no me quedo
que no me quedo fuera
que ya son muchos metros
y ya muchas medidas
que hay un sol que no quema
y este traje de rosas
a nadie pertenece.





No me paro a pensar si es un buen poema o no. Es efectivo. Me ha sacado algo, una parte al menos, de lo que se me va quedando dentro estos días.



Y otro golpe más sobre la mesa. Estoy sentada en la parada del autobús, en Puerta Cerrada, junto a una señora de unos sesenta años. Le cedo el sitio a otra señora que lleva el tobillo vendado. Por delante de todas nosotras pasa una chica embarazada con la tripa al aire y las dos mujeres mayores se ponen a despotricar (“No hace falta enseñarlo todo”, “Qué desvergüenza”, etc.) El tono y el volumen con que lo dicen -como si buscaran la aprobación de todo el mundo, o mejor dicho, como si la dieran por hecho- hacen que me arrepienta de haberle cedido mi lugar a la señora vendada y que me replantee si la generosidad indiscriminada es algo loable. A los pocos minutos, pasa un chaval con un carrito del super lleno de vigas y maderas; indudablemente se dirige a Sol, para montar o reforzar alguna estructura. Las mujeres vuelven a estallar: “!Qué vergüenza, la que están montando! !No sé cómo no mandan ya a la policía para echarlos! !Y en pleno centro de Madrid, qué imagen! !Con la bendición de Rubalcaba, eso está claro!” No puedo más. Les grito que se guarden sus opiniones para ellas, que mantengan al menos un tono de conversación, que no nos suelten mítines a los demás y que hagan el favor de no dar por hecho que todos pensamos como ellas. Que sus palabras ME ESTÁN OFENDIENDO. Me piden disculpas, no llego a saber si en tono irónico, porque me alejo de ellas temblando de rabia. Entre el cabreo, acierto a pensar que algo más está cambiando. Que me siento refrendada, que he recuperado mi derecho a expresarme. No es que esté orgullosa de gritarles a dos viejas, pero la verdad es que antes me hubiera tragado en silencio la impotencia de escuchar mentiras gritadas a los cuatro vientos, con ese tono de posesión de la verdad que es lo que más me molesta.



Reflexiono sobre si las prisas son buenas, o sólo necesarias. No quiero imponer mi impaciencia. Quizá sea mejor que me aleje o me calle mientras estoy así. M., desde Zaragoza, me contesta: “Depende del paisaje. En el abismo las prisas son necesarias, o reaccionas o te caes. Yo lo que no estoy muy segura es de si sabemos emocionarnos igual de bien a medio y largo plazo como a corto plazo. Lo del corto plazo está claro que sí, que sabemos hacerlo...”



Empiezan a surgir propuestas concretas. Sigo dudando: “Estoy empezando a pensar esto: mejor 4 propuestas claras, concretas y que posibiliten que después haya más cambios. Esto ha surgido porque une a mucha gente; no podemos arriesgarnos a perdernos por el camino.”

Pero la verdad que no lo tengo nada claro. Discuto a menudo con Manuel de esto. Él lo ve diáfano: mejor 4 propuestas claras. Me doy cuenta de que pido prisas, pero que a la vez las prisas me confunden. Intuyo que parte de la fuerza de todo esto es su indefinición. Hemos surgido como un gran NO, pero el sí de cada uno es otra cosa, el sí es aquello de lo que provenimos, y no es que no importe, sino que ahora es el momento de lo nuestro, lo común. Que es mucho más de lo que podíamos imaginar. Nunca un NO ha sido generador de algo tan positivo, tan energético, tan -no me gusta la palabra, pero no sé decirlo de otra forma- esperanzador.

¿Y es el NO siempre una fuerza destructiva? O más bien: ¿es destructivo ser destructivo cuando uno se opone a la propia destrucción? ¿Puede uno ponerse a proponer, a dialogar, a articular un discurso cuando le están atacando? Lo primero sería: deja de atacarme. Respétame. Escúchame. Tu voz no vale más que la mía, sobre todo cuando la impones con agresión, cuando estás pretendiendo robarme la dignidad, destruir mi integridad.

Otra de las claves de este movimiento es su generosidad: realistas, idealistas, anarquistas, comunistas, militantes, no militantes, sindicalistas, okupas, parados, funcionarios, jubilados... todos cabemos. Todos aportamos. No importan las siglas, las particularidades, sino la suma de los individuos.

Ahora no se trata de luchar por una ideología en concreto, cada cual tiene un bagaje, una historia, unas ideas: se trata, más bien, de librarnos de esta ideología única que se nos impone, de abrir el espacio a que cada uno de nosotros, en igualdad de oportunidades, sin sufrir insulto o desprecio o represión o silencio, pueda defender aquello en lo que cree. Yo nunca he sabido definirme. No soy anarquista, no soy comunista, no soy socialista. O quizá podría mejor decir: no sé si soy anarquista, no sé si soy comunista, no sé si soy socialista, no sé qué soy. Pero quiero que se respete a los que se dicen anarquistas, a los comunistas, a los okupas, a los sindicalistas... a toda la gente de bien que lucha por un mundo más justo. Quiero que se les respete a ellos y que se me respete a mí, aunque no quiera o pueda definirme. Aquí nadie me ha pedido un carnet, me ha hecho un examen, me ha juzgado o exigido un currículum. Porque básicamente aquí se trata de respeto, de honestidad y de justicia. De ideas y políticas que redunden en el beneficio común. Ni más ni menos.

Hay gente que tacha al movimiento de ingenuo. Quizás mis ideas, poco articuladas, impulsivas, intuitivas, también lo sean. Pero creo que sin cierta dosis de ingenuidad esto no hubiera sucedido. Y no olvidemos que era necesario, imprescindible, que algo como esto sucediera para romper la normalidad de este mundo anormal en el que vivimos.



Conste que estoy de acuerdo con los 4 puntos básicos, y también con el manifiesto largo que circula por ahí. Podría pedir más, podría pedir menos. Pero hay que empezar, hay que empezar por alguna parte. Y luego seguir sin parar. D. me dice en fb: “Ayer en la asamblea de la 1 se habló de esto mismo, de concretar algunas propuestas y defenderlas para reclamarlas a quien corresponda porque hay en general una sensación de que son muchas propuestas y poca concreción, yo lo veo y lo siento igual, a la vez me parece natural la ebullición de propuestas, una semana es poco muy tiempo de vida y poco a poco tenemos que ir asentando las propuestas principales y pasar a la acción para que no se diluya todo en un mar de ideas, así concluimos ayer en el encuentro de sol.”



La entiendo. Pero siempre acabo pensando que la necesidad de concreción nos viene impuesta por una forma de pensar ajena, externa, antigua. Que es una trampa que otros nos tienden y en la que caemos con la mejor de las intenciones. ¿De verdad -con la que está cayendo ahí fuera, con la claridad y la violencia de las agresiones- de verdad hay que concretar? ¿No está claro que lo que NO puede ser de ninguna de las maneras es este liberalismo salvaje que busca el beneficio de pocos y causa el mal a muchos? ¿No está claro que decimos NO a la dictadura de los mercados, a la complicidad y culpabilidad de los políticos, a los recortes, a los desahucios, a las privatizaciones, a la precariedad, a la explotación, a las injusticias en todas sus formas...?



Una cosa tengo muy clara: hay gente que reclama la creación de un partido político. Me opongo totalmente. Un partido es caer en estructuras, estrategias, portavoces, líderes, necesidad de fondos, definiciones excluyentes... Esta energía NO cabe en un partido.



Acabo la tarde leyendo. Encuentro este verso: “La muerte, que siempre es lo que ellos llevan de la mano”, del poeta Peter Laugesen. Toda mi parrafada anterior resumida en doce palabras. Por eso aspiro a ser poeta y quizá debiera dejarme de mítines, como deben dejarse de mítines las viejas de las paradas de autobús.

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