viernes, 22 de julio de 2011

5 de mayo



Leo el periódico como cada mañana:

  • Siria detiene a cientos de activistas en Damasco.
  • El FMI y la UE imponen un duro ajuste a Portugal.
  • Hillary Clinton: “Seguramente me estaba tapando la boca por la tos”.
  • Obama: “Que nadie dude: Bin Laden está muerto y el mundo es más seguro”.
  • Trabajadores de Tepco entran por primera vez en Fukushima.
  • El rey, cuatro días de visita privada en Marruecos.
  • José Antonio Morago (PP): “Ser bueno no es fundamental para gobernar”.

Nada especial en los titulares; en realidad más de lo mismo. La misma mierda a la que nos tienen acostumbrados. Pero hoy es uno de esos días en los que la situación me parece insostenible. Esta desprotección, este insulto continuado al sentido común, a la dignidad y los derechos de las personas, a la propia vida. Me siento vulnerable y deprimida.

Cuando llego al trabajo, escribo en mi estado de facebook:
Venía leyendo el periódico en el Metro y me han dado ganas de darme la vuelta y meterme en la cama. Necesito un cambio en mi línea editorial. Necesito encontrar algo esperanzador, algo que suponga movimiento, un cambio, aunque sea de perspectiva.

A media mañana, Beltrán Laguna, amigo y poeta, cuelga esta entrada en su blog:

Esta mañana, Ana venía en el metro leyendo el periódico y le han dado ganas de volverse a la cama. Un instante después ha pensado que mejor seguía para la oficina, pero que necesitaba encontrar algo esperanzador.Algo.
Hace un par de meses, leí Indignaos, de Stéphane Hessel y aunque el texto me pareció de una gran simpleza intelectual, creo que todos deberíamos leerlo. Al menos una vez. La idea central es sencilla y directa: si no nos indignamos con las injusticias no seremos capaces de reaccionar ante ellas.Reaccionar.Escribir una carta al director.
Ir a una manifestación.
Convocar la manifestación.
Pegar, con cola, los carteles de la manifestación.

Hacer sugerencias.
Poner una reclamación.
Decir que no y
decir “ya basta”.

Defenderse.

Apagar la luz.
Imprimir por las dos caras.
Comer, claro,
pero comer un poco menos.

Hacer poesía social.

Luchar por el amor:
pintar corazones
en las señales del tráfico.

Su intento de subirme los ánimos me parece conmovedor. Que alguien me acompañe en el sentimiento no cura la tristeza, pero hace sus síntomas más llevaderos. Al menos eso tengo entre amigos, poetas y blogueros. Pero tengo también los pies en la tierra, y las soluciones que propone Beltrán me parecen deseos bienintencionados, locos, imposibles.

Por sentido de la humanidad, o por narcisismo, o por lo que sea, todo lo que leo en el periódico lo tomo por una afrenta personal. Desde hace tiempo sólo aspiro a treguas y a seguir teniendo espacios donde quejarme y encontrar cierto eco. Hace unos días me proclamaba ciudadana de la república de internet. Sólo en internet y en la poesía encuentro un sentimiento de comunidad fuera del rebaño. Sólo ahí encuentro un nosotros, una realidad habitable porque en la medida de nuestras posibilidades refleja nuestras vidas, ideas, preocupaciones y aspiraciones. El lugar en el que las palabras recuperan su significado, ese mismo que les ha sido usurpado en la realidad oficial con sus discursos banales y huecos. El lugar donde podemos librarnos de la desconfianza, el miedo y la estupefacción. Esta es la única militancia que me permite sentirme cómoda y útil, y a ella me agarro.
Porque gracias a ella me llegan palabras como las de Beltrán: palabras que son compañía y consuelo y que me recuerdan que otro mundo, quizá no sea posible, pero, como dicen por ahí, va siendo cada vez más necesario.

3 comentarios:

  1. "Sólo en internet y en la poesía encuentro un sentimiento de comunidad fuera del rebaño". Ojalá, pronto, muy pronto, puedas encontrar ese sentimiento en la realidad (y no la virtual).

    Un abrazo, y te sigo.

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  2. Plas, plas, plas, Ana.
    Me ha sentado tan bien leer esto hoy por la mañana.

    Un abrazo de mayo, porque sigue siendo mayo. Y que dure!

    Marta

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  3. Hoy, por ejemplo, me hubiese gustado volverme a casa a mí. Qué digo, me hubiese gustado no levantarme.

    Mucho ánimo Ana. Nos haces falta.

    Un abrazo.

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